Desde Católicos Alerta:
¿CONTESTARÁ PANCHO ESTA CARTA

Aplaudimos a este pobre ¿cura P. Pagès? que en esta carta
le pone a Pancho los puntos sobre las íes. ¿Le responderá?
¿CONTESTARÁ PANCHO ESTA CARTA
DE UNO DE SUS "SACERDOTES"?

Aplaudimos a este pobre ¿cura P. Pagès? que en esta carta
le pone a Pancho los puntos sobre las íes. ¿Le responderá?
Esta vez es uno de su propio "aprisco" que objeta su proceder. ¡Ojalá este religioso abra más los ojos y se dé cuenta de que ese al que se dirige no es el Vicario de Cristo!
Con gran respeto se dirige a su "pontífice" y le dice:
Saludando con «gran placer» a los musulmanes con ocasión del Ramadam, tiempo empleado para «el ayuno, la oración y la limosna», Ud. parece ignorar que el ayuno del Ramadam es tal que «el gasto medio de una familia que lo practica aumenta en un 30 %», que la limosna musulmana está destinada sólo a los musulmanes menesterosos y que la
oración musulmana consiste en rechazar cinco veces al día la fe en la
Trinidad y en Jesucristo, pidiendo la gracia de no seguir el camino de
los extraviados, o sea, de los cristianos... Por lo demás,
durante el Ramadam la criminalidad se incrementa de manera vertiginosa.
¿Hay en estas prácticas algún motivo posible de elogio?
Su carta de Ud. afirma que debemos tener estima por los musulmanes y «sobre todo por sus líderes religiosos»,
pero no se dice a título de qué. ¿Qué es el Islam para un cristiano
si, desde el momento en que niega al Padre y al Hijo (I Jo. 2, 22) se
presenta como uno de los más poderosos Anticristos existentes, en número y en violencia (Ap. 20, 7- 10)? ¿Cómo podemos estimar a Cristo, estimando a aquello que se Le opone?
¿Qué tipo de «paralelos» alcanza a encontrar entre «la dimensión de la familia y de la sociedad musulmana» y «la fe y la práctica cristiana»,
desde el mismo momento en que el estado de la familia musulmana prevé
la poligamia (Corán 4, 3, 33, 49; 52, 59), el divorcio (Corán 2, 230),
la inferioridad ontológica y jurídica de las mujeres (Corán 4, 38; 2,
282; 4, 11), la posibilidad, para el marido, de pegarle a su esposa
(Corán 4, 34), etc.? ¿Qué analogías puede haber entre la sociedad
musulmana, construida para la gloria del Único y que, de hecho, no
puede tolerar la alteridad ni la libertad ni, en consecuencia,
distinguir las esferas religiosa y espiritual del resto? «Entre nosotros y vosotros habrá enemistad y odio por siempre, hasta que no creáis en el único Allah»
(Corán 60, 4). ¿Qué analogías con la sociedad cristiana, construida
para la gloria de Dios Uno y Trino que promueve el respeto de las
legítimas diferencias? Por «paralelo», ¿no habría que comprender, más
bien que aquello que no se asemeja pero se aproxima,aquello otro que no se acerca en absoluto? ¿No resulta sólo en este caso evidentemente clara su declaración?
Usted propone a sus interlocutores reflexionar acerca de la «promoción del respeto recíproco a través de la educación», sugiriendo que ellos comparten con Usted los mismos valores de humanidad, de «respeto recíproco».
Pero no es éste el caso. Para un musulmán, no es la naturaleza humana
la que sirve de referencia, ni tampoco el bien cognoscible de la razón:
el hombre y su bien no son aquello a lo que apela el Corán. El Corán enseña a los musulmanes que los cristianos, en tanto cristianos, «son impureza» (Corán 9, 28), «lo peor de la Creación» (Corán 98, 6), «los más viles de entre los animales»
(Corán 8, 22; cfr. 8, 55). Porque el Islam es la verdadera religión
(Corán 2, 208; 3, 19, 85) que dominará a todas las otras para
erradicarlas por completo (Corán 2, 193); aquellos que no son musulmanes sólo pueden ser perversos y malditos
(Corán 3, 10, 82, 110; 4, 48, 56, 76, 91; 7, 44 ; 9, 17,34; 11, 14;
13, 15, 33; 14.30 , 16,28-9; 18, 103-6; 21, 98; 22, 19-22, 55; 25, 21;
33, 64; 40, 63; 48,13); que los musulmanes deben combatir
constantemente (Corán 61, 4,10-2; 8, 40; 2, 193) con el engaño (Corán 3,
54; 4, 142; 8, 30; 86,16), el terror (Corán 3,151; 8, 12, 60; 33, 26;
59, 2) y todo tipo de penas (Corán 5, 33; 8, 65; 9, 9, 29, 12; 25, 77),
tales como la decapitación (Corán 8, 12; 47, 4) o la crucifixión
(Corán 5, 33), para eliminarlos (Corán 2, 193; 8, 39; 9, 5, 111, 123;
47, 4) y finalmente destruirlos (Corán 2, 191; 4, 89, 91; 6, 45; 9, 5,
30, 36, 73; 33, 60-2: 66, 9). «¡Oh, vosotros que creéis! ¡Combatid a muerte a los incrédulos que están junto a vosotros, y que hallen en vosotros crueldad!» (Corán 9, 124). «¡Que Allah los maldiga!» (Corán, 9, 30 cfr. 31, 51; 4, 48)...
Santo Padre, ¿se puede acaso olvidar,
cuando uno se dirige a los musulmanes, que éstos no pueden remitirse a
otra cosa que al Corán? Usted apela al «respeto hacia cada persona (...) Antes
que nada hacia su vida, hacia la integridad física, hacia su dignidad,
con los derechos que le son derivados, hacia su reputación, su
patrimonio, su identidad étnica y cultural, sus ideas y sus elecciones
políticas». No puede influir sobre las disposiciones dadas por
Allah, que son inmutables, y he citado algunas entre ellas. Pero si
nosotros respetamos «las ideas ajenas y las elecciones políticas»,
¿cómo podemos, entonces, oponernos a la lapidación, a la amputación, y
a todo tipo de otras prácticas abominables exigidas por la Sharia? Su
bello discurso no puede conmover a los musulmanes, pues éstos no tienen que aprender lecciones de nosotros, que somos «impureza» (Corán 9, 28). Y si a pesar de todo lo aplauden, como han hecho en Italia, es porque la
política de la Santa Sede sirve notablemente a sus intereses haciendo
pasar su religión como respetable a los ojos del mundo. Lo
aplaudirán en tanto sean, como en Italia, una minoría. Pero cuando no
lo sean más, ocurrirá lo que ocurre en todos los lugares en los que son
mayoría: todo grupo no musulmán tendrá que desaparecer (Corán 9,1; 47, 4; 61, 4; etc.) o pagar la jyzaia para
obtener el derecho de sobrevivir (Corán 9, 29). Usted no puede ignorar
todo esto, pero ¿cómo puede, escondiéndolo a los ojos del mundo,
promover la expansión del Islam ante inocentes o ingenuos engañados de
tal guisa? ¿Acaso admite usted los cumplidos que le han sido tributados
como signo de la fecundidad de su postura? Entonces Ud. ignora el
principio de la takyia que manda besar la mano que el musulmán no puede cortar (Corán 3, 28; 16, 106)? Pero, ¿qué valen tales intercambios de cortesía? ¿No dijo san Pablo: «si busco agradar a los hombres, no seré servidor de Cristo» (Gal 1, 10)? Jesús ha declarado malditos a aquellos que son objeto de veneración de parte de todos (Lc. 6, 26). ¿La
misión de la Iglesia es enseñar los buenos modales para vivir en
sociedad? ¿Habría muerto san Juan Bautista si hubiera simplemente
querido desear una bella fiesta a Herodes?
Quizás se dirá que no hay comparación
con Herodes, porque Herodes vivía en el pecado y que era el deber de
un profeta denunciar el pecado. Pero si cada cristiano ha venido a ser
un profeta el día de su bautismo, y si el pecado es no creer en Jesús,
Hijo de Dios, Salvador (Jo. 16, 9), aquello de lo que precisamente se
gloría el Islam, ¿cómo podría el cristiano no denunciar el pecado que
es el Islam y llamar a la conversión «en toda ocasión oportuna e inoportuna»
(2 Tim. 4, 2)? Desde el mismo momento en que la finalidad del Islam es
sustituir al cristianismo, que habría pervertido la revelación del
puro monoteísmo con la fe en la Santa Trinidad, y ya que Jesús no es
Dios, ni habría muerto ni resucitado, no habría habido Redención y su
misión se reduciría a nada, ¿por qué no denunciar al Islam como al impostor preconizado (Mt. 24, 4; 11, 24) y el depredador por excelencia de la Iglesia? En lugar de echar al lobo, la diplomacia vaticana parece preferir alimentarlo con adulaciones,
no advirtiendo que éste sólo espera hallarse bien nutrido para hacer
lo que hace allí donde se ha vuelto suficientemente fuerte y vigoroso.
¿Hay necesidad de recordar los cristianos mártires de Egipto, Pakistán, y
todos los países en los que el Islam tiene el poder? ¿Cómo puede la
Santa Sede asumir la responsabilidad de avalar al Islam presentándolo
como un cordero, mientras que es un lobo disfrazado de cordero? En
Akita, la Virgen María nos advirtió: «el Diablo se introducirá en la Iglesia porque está llena de gente que acepta compromisos».
Oh, ciertamente, asociarse al gozo de
buenas personas ignorantes de la voluntad de Dios deseándoles un feliz
Ramadam no puede parecer una cosa mala en sí misma, exactamente como
pensaba san Pedro cuando justificaba los usos hebraicos... temeroso de
los proto-musulmanes, o sea de los nazarenos hebreos. Pero san Pablo
lo corrigió en presencia de todos demostrando que tenía cosas más
importantes que hacer que buscar contentar a los falsos hermanos (Gal
24, 11-14; 2 Cor 11, 26; Corán 21, 93; 60, 4, etc.). Si Pablo tiene
razón, ¿cómo se puede decir que «no podemos criticar la religión de los otros, sus enseñanzas, sus símbolos y valores»? No queriendo criticar al Islam, su carta justifica también a los obispos que asisten a la ceremonia de colocación de la piedra inaugural de una mezquita.
Cuanto ellos hacen es, también en su caso, una cuestión de cortesía en
el deseo de complacer a todos y favorecer la paz civil.
Mañana, cuando sus fieles se hagan
musulmanes, dirán que fue su obispo quien, en vez de conservarlos en el
cristianismo, les indicó el camino haca la mezquita. Y
podrán decir la misma cosa respecto a la Santa Sede, ya que habrán
aprendido a no pensar la verdad sobre el Islam, sino a honrarlo como a
bueno y respetable en sí mismo...
Muchos musulmanes me han expresado su
alegría por el hecho de que Ud. honra su religión. ¿Cómo podrán nunca
convertirse, si la Iglesia los estimula a practicar el Islam? ¿No
favorece todo esto el relativismo religioso por el
cual las diferencias entre religiones serían de poca monta, mientras lo
importante sería cuanto haya de bueno en el hombre, que se salvaría independientemente de las religiones?
Y aunque amemos al prójimo,
cualquiera éste sea, comprendidos los musulmanes en tanto miembros
-como nosotros- de la especie humana, querida y amada desde toda la
eternidad por Dios y redimida con la Sangre del Cordero sin mancha,
Jesús nos ha enseñado a negar todo ligamen humano que se opone a su
amor (Mt 12, 46-50; 23, 31; Lc 9, 59-62; 14, 26; Jo 10, 34; 15,25).
¿Con qué fraternidad, pues, se podría llamar «hermanos» a los
musulmanes (vea su declaración del 29/03/.2013)? ¿Hay una fraternidad
que trasciende todas las cosas humanas, entre ellas la de la comunión
con Cristo, rechazada por el Islam, y que debiera ser la única
importante?
Su carta hace referencia al
testimonio de san Francisco, pero no dice que san Francisco envió
frailes para evangelizar Marruecos sabiendo que muy probablemente
hubieran sido martirizados, como efectivamente ocurrió. No dice que se
empeñó él mismo en evangelizar al sultán Al Malik Al Kamil. La caridad denuncia la mentira y llama a la conversión.
Santísimo Padre, nos resulta muy
difícil encontrar en su carta a los musulmanes el eco de la caridad de
san Pablo que manda: «no os unáis con los infieles
bajo un yugo que no es para vosotros, pues, ¿qué relación hay entre la
justicia y la iniquidad? ¿O cuál comunión entre la luz y las
tinieblas? ¿Y qué acuerdo entre Cristo y Belial? ¿O qué relación hay entre el creyente y el infiel?» (2 Cor 6, 14-15), o aquellas del dulce san Juan de no acoger a nadie que rechace la fe católica, de no saludarlo siquiera, bajo pena de participar de sus «malas acciones» (2 Jo 7, 11). Saludando a los musulmanes con ocasión del Ramadam, ¿no se participa de sus obras malvadas?
Santo Padre, Ud. ha leído la carta
abierta de Magdi Cristiano Allam, ex musulmán bautizado por Benedicto
XVI en 2006, que anunció su alejamiento de la Iglesia a causa de su compromiso con la islamización de Occidente. ¡Esta carta es un terrible trueno en el cielo ante la tibieza y la cobardía de la "Iglesia", y tendría que ser un gran aviso para nosotros!
Santísimo Padre, ya que la diplomacia
no está cubierta por el carisma de la infalibilidad y su mensaje a los
musulmanes con ocasión del fin del Ramadam no es un acto magisterial,
me tomo la libertad de criticarlo abierta y respetuosamente (can. 212 §
3). Seguramente Ud. ha considerado que antes de hablar de «teología»
con los musulmanes, era necesario disponer su corazón enseñándoles el
deber, sin falta elemental, de respetar a los demás. Quería decirle que
nos parece que una tal enseñanza debía ser hecha sin ninguna
referencia al Islam, con el fin de evitar cualquier ambigüedad a su
respecto. ¿Por qué no con ocasión del Año Nuevo, o en Navidad?
La carta completa en italiano: "Traditio Litúrgica"

No hay comentarios:
Publicar un comentario