Desde Católicos Alerta:
LA RABINIZACIÓN DE LA SECTA CONCILIAR

«El gran ideal del judaísmo no es que algún día todos los judíos se reúnan en una esquina del mundo para separarse, sino que el mundo entero esté imbuido de enseñanzas judías, y que entonces en una hermandad universal de naciones –en realidad un judaísmo difuso- todas las razas y religiones separadas desaparezcan» (Vladimir Rabinovich (a) Rabi).
«Y
si el ministerio de muerte, grabado en letras sobre piedras, fue
glorioso hasta no poder mirar los israelitas al rostro de Moisés a causa
del resplandor que era pasajero, ¡cuánto más glorioso no será el
ministerio del espíritu! Si, pues, glorioso fue el ministerio de
condenación, ¡cuánto lo superará en gloria el ministerio de justicia!
Más aún: lo que bajo este aspecto fue glorioso en aquel ministerio, ni
siquiera merece tenerse en cuenta comparado con la gloria supereminente»
(II Cor 3,7 ss.)
¡Cuánta razón tuvo san Pío X al llamar al modernismo «síntesis de todas las herejías»! En palabras de aquel santo pontífice, «si
alguno se hubiera propuesto concentrar el jugo y la sangre de todos los
errores que fueron expresados hasta el día de hoy acerca de la fe, no
hubiera podido de veras hacerlo mejor que como lo hicieron los
modernistas». Tan es así que, si bien resulta fácil rastrear los
antecedentes inmediatos del modernismo en el agnosticismo de matriz
kantiana, o en el racionalismo, o incluso en el vitalismo filosófico y
la exaltación del élan vital, mucho menos evidente a primera
vista resulta reconocer el estímulo brindado por las tesis modernistas a
las tenues brasas de aquellos viejos errores que, a su solo soplo,
volvieron sorprendentemente a encenderse para chamuscar las
inteligencias.
No sabemos si el papa Sarto
habrá tenido en mente, en esa concentración alquímica de todos los
errores que supo denunciar en la Pascendi, a
una de estas remotas soterradas herejías, hoy resurgida al modo como
los prestidigitadores sacan conejos de sus galeras: la de los judaizantes, la
primera que azotó a la Iglesia y -según algunas voces proféticas- la
última que hará su aparición, a los fines de arrastrar a los bautizados
al servicio del «Otro». Debió ser especialmente virulento aquel peligro
como para urgir la convocatoria del primer Concilio (según consta en el
capítulo 15 de los Hechos) y para impeler a Pablo a reprender en público
a Pedro por sus ambigüedades en el tratamiento de la cuestión (Ga 2,11
ss.). Los apóstoles pronto debieron comprender, a despecho de su propio
natural y de sus hábitos incluso mentales, que alentar una reducción
judaica del cristianismo equivale a cambiar lo más por lo menos, y que
esto constituye una injuria gravísima para con la Redención obrada sólo
por Cristo según los misteriosos designios de Dios. Como no menos
debieron entender el peligro real de infiltración judía, según es
patente en Ga 2, 4, cuando el Apóstol se refiere a «los falsos hermanos
intrusos, los cuales secretamente se habían introducido para espiar
nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de
esclavizarnos».
La Sinagoga, de entrada no más,
no conoció otros modos para con la Iglesia que el espionaje y la
persecución, y no deja de sorprender el paralelismo entre aquel primer
Vicario que, reincidiendo en la triple negación de su Maestro, se apartó
de su trato inicial con los gentiles «por temor a los de la
circuncisión» (Ga 2, 12) y las más recientes efusiones de ese indecoroso
melindre con que los "papas" postconciliares -motivados posiblemente
por una cobardía inicial mal combatida- agasajaron ya sin pudor alguno a
la perfidia rabínica. Huelga aclarar que ambas cobardías cumplieron muy
distintos derroteros: la una hacia el llanto amargo de la
contrición,culminante al término de la vida en testimonio de sangre, y
la otra elevada esta vez a sistema, vuelta motor y nervio del más
indecoroso irenismo, convertida al fin en intrepidez desacratoria.
Entre la variación de la doctrina perenne cristalizada en la Nostra Aetate (variación i
rreconocible para el común de los fieles, poco ejercitados en la reflexión de su propia fe), entre el ephod vestido
furtivamente por Paulo VI y la hoy frecuente y ostentosa cesión de
nuestros templos a los judíos para celebrar "liturgias interreligiosas" o el otorgamiento, en universidades católicas, de doctorados honoris causa a rabinosreincidentes
en el atávico desprecio de los suyos al Crucificado, entre uno y otro
jalón, decimos, se advierte el tránsito del cripto-judaísmo a la más
descarada y pública contaminación sincrética. Y se comprueba, en sus
trágicos efectos, cuánto hayan convergido la conocida agresividad de la
Sinagoga por neutralizar toda presencia de Cristo en el mundo y, a
instancias del virus modernista, aquello que De Mattei llama la
«des-helenización del cristianismo», esto es, la remoción de los
fundamentos metafísicos expresados en su teología y en la filosofía
escolástica, de derivación platónica y aristotélica. Este último
vaciamiento debió favorecer grandemente aquel funesto trasiego.

Un botón de muestra desde
Milán, donde otrora brilló aquel mismo san Ambrosio que supo definir a
la Sinagoga como «una casa de impiedad, un receptáculo de maldades
condenado por Dios»: allí el desmadre judaizante de nuestros días queda
gráficamente atestiguado por Andrea Cavallieri, quien, respondiendo a
una invitación a visitar una librería de Ediciones Paulinas en su
ciudad, comprueba que una de las dos vidrieras del local exhibe al menos
50 (cincuenta) títulos sobre la Shoa. «No doy el nombre del
informador, para ahorrarle el proceso inquisitorial que -infaltablemente
en esta sazón- golpea a quien defiende la ortodoxia católica» (Ver
original aquí).


De lo que se trata es del avance fatal del
colonialismo espiritual talmúdico ante la desbandada de los pastores
conciliares. Aquel mismo enemigo que, ufanándose antaño de su
exclusivismo -y despreciando la nota de catolicidad de la
Iglesia- viró táctica, tras luenga y pesarosa diáspora, y ahora apuesta a
judaizarlo todo. El programa ya lo expuso hace casi cien años Vladimir
Rabinovich (a) Rabi: «los judíos son el único pueblo cosmopolita, y, como tales, deben –y en realidad lo hacen- actuar
como un disolvente de toda raza y nacionalidad. El gran ideal del
judaísmo no es que algún día todos los judíos se reúnan en una esquina
del mundo para separarse, sino que el mundo entero esté imbuido de
enseñanzas judías, y que entonces en una hermandad universal de naciones –en realidad un judaísmo difuso- todas
las razas y religiones separadas desaparezcan. Van más allá. Con sus
actividades científicas y literarias, con su supremacía en todos los
sectores de la vida pública, están preparando para fundir pensamientos y
sistemas que no son judíos o que no corresponden a modelos judíos».
A éstos también los increpa el Señor, como bien consta: «¡ay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que recorréis mar y tierra
para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la
Gehenna dos veces más que vosotros!» (Mt 23,14)
El "pontificado" de Francisco, también en
esto, no hace sino profundizar en el descamino emprendido hace cincuenta
años. La estrenua búsqueda de un difuso «denominador común» con los de
la Sinagoga (llámese Antigua Alianza, valores éticos, monoteísmo de cuño
semítico, etc.) podrá servir como ardid diplomático, como momentánea
pipa (del opio) de la paz, pero constituye una grave afrenta a la
Verdad. En estos tráficos, quien medra a la postre es el Talmud. La
«Iglesia pobre para los pobres» (pobre en la manifestación del culto,
pobre en disciplina eclesiástica, pobre en coherencia con los principios
de la fe, pobre en vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada,
incapaz de alentar el menor motivo de credibilidad en quienes pudieran
sentirse llamados a la conversión) y el adulterio público y reiterado
con los sanhedritas, han logrado prodigiosamente revivir aquella -es
expresión de san Jerónimo- haeresis sceleratissima herida de muerte hace quince siglos: la de los ebionitas, impulsores
-entre los cristianos- del pauperismo al par que de la no-caducidad de
los ritos y leyes judías. Así de asombrosa es la persistencia del error,
nunca completamente vencido en este valle de suspiros.
A este paso, la menorah sustituirá pronto al crucifijo en los altares conciliares. Y asistiremos acaso a misas celebradas bajo tierra. (C. A.: Ya estamos haciendo algo parecido, prácticamente carecemos de templos para celebrar el Santo Sacrificio)
Visto en: "IN EXSPECTATIONE"
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